Uno sabe que no es el fin del camino. Uno sabe que debe luchar, porque no tiene más destino que su lucha, porque sólo sabe vivir así, porque la paz es el premio de los que no luchan, la dieta de los cobardes de corazón.
No anhelo esa paz del que todo lo tuvo, del que nunca supo qué es la falta. No añoro la paz del que no es capaz de levantarse, del que se queda dormido de mente junto a la escena del derrumbe de su mundo. No quiero la paz de los que se llenan el alma de dones que no merecieron, de virtudes que no pueden demostrar.
No quiero los cielos prometidos de antemano, cuando apenas importa el destino del prójimo, cuando nada cuenta la vista del pobre desde la ventana.
No quiero las tierras heredadas ni manchadas, las casas vestidas de espíritus inquietos, las puertas testigos de maldad.
No quiero la paz que queda cuando no se tiene la respuesta. Ni la herida sin nombre de la verdad. Quiero solamente mi lucha cada noche y cada día y la satisfacción de ver avanzar mi anhelo, el grito que resuena en mi conciencia, la llama que me quema por dentro y que pronto hará arder las avenidas, las casas, los palacios y los templos.
Si esa victoria no final, si ese andar en desapego de todo se llama paz, esa es la única que quiero.
Santiago, 03 de noviembre de 2009.
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