Y se puso a caminar entre las piedras que adoran al Sol, ésas que gobiernan las alturas, ésas que cuentan solemnes las horas verdes a la luz del fuego.
Allá, arriba, a los pies de la Madre, posó sus pies de polvo, sus manos de arcilla, sus ojos de agua, su piel tostada de años viejos, su alma enorme de milenios.
Allí, junto al surco y la ladera, tendió sus cartas de navegación a la sombra del almendro que no está sino en su mente y miró hacia adelante, más allá de las nubes amarillas y rojas de tanto sacrificio.
Así, sentado a los pies de tanta maravilla, escribió las primeras hojas de su ideario, urgido el corazón por tanta inspiración, violentado su espíritu por la evidencia inmensa de los pueblos.
Y sus ideas, como la hiedra, bordan sus anhelos. Y sus hojas, como los arbustos frescos, se agolpan sin medida. Y su mente, su palpitar inquieto encuentra algo de consuelo.
Y esta orfandad hiriente de siglos, esta deuda impune de orgullos, este monumental saqueo de la historia, son pan de letras, semilla de un nuevo manifiesto.
Santiago, 26 de enero de 2009.
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