24.12.08

Navidad en la puerta

Sentado al umbral del taller del mago, el aprendiz otea el horizonte, como queriendo descifrar el mensaje escondido entre las nubes, las pocas nubes blanquecinas al confín de su paisaje.
Y piensa en lo que queda a sus espaldas, desde que decidió entregarse al arte de la magia. Y suspira porque sabe que pronto, muy pronto, deberá cerrar uno por uno esos capítulos abiertos en su bitácora de viaje.
Es hora, tal parece, de recoger las alforjas y vaciarlas en la mesa. Y reunir todas sus energías a la más noble de las tareas del hombre: la tarea del amor.
Atrás quedarán por siempre en la memoria agradecida las páginas azules de días que prometían ser eternos y las orillas amarillas de los llantos que se apagaron en las esquinas del mundo.
Atrás quedarán, también, los abrazos dulces e infinitos, los besos robados a la lógica, las conversaciones cargadas de toda novedad.
Y, al fondo, guardados entre las cosas más preciadas el mapa de carreteras, la brújula de Padova, las monedas que sobraron de los almacenes.
Sentado a la luz de un Sol perfecto, en una tarde sin edad, comienza a comprender el sentido del cuento regalado por su padre antes de morir: siente en su pecho crecer, más y más, la pantalla mágica del alma, esa con la cual podrá seguir viajando sin moverse, para poder echar raíces donde la Luna se lo anuncie.
- Es un día especial, mi aprendiz.
- Así es, mi maestro. Es Navidad.

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