18.11.08

In sollitudine Solis

Hay veces en que la noche se olvida del Sol tras sus esquinas de frío y de silencio. Hay veces en que el Sol brilla indiferente sobre los campos verdes y los desolados páramos. Hay veces en que conviene pensar que nuestra soledad se compensa y se explica en la honestidad de la labor del Astro Rey: ese dar de sí que alumbra y que aleja, ese calor que irradia y esa luz que no podemos mirar.
Porque los caminos del mensajero no terminan en las casas, ni en los palacios ni en los tugurios. Sus pies no descansan en la arena de las playas, ni en las riberas de los ríos. Sus manos sólo rozan la dicha y el sosiego, sólo atisban a hurtadillas la paz que da el haber llegado, la alegría del reencuentro, la enorme calma que da no tener -de nuevo- que partir.
Del mismo modo, el Sol y su energía están en todas partes y en ninguna se quedan, llegan a todos los lugares y se van habiendo ya cumplido su labor. Su paga es la vida misma, las vistas de tantas cosas bellas, la ancha cara de la tierra, los paisajes de los rincones del mundo.
Su destino está contenido en el andar, entretejido en los pasos y en su alma que no descansa, que circula, sin parar, por las venas sin sangre del camino.
Esa soledad augusta, esa luminosa oscuridad, esa ceguera que alumbra es su esencia y la del Sol.
Santiago, 18 de noviembre de 2008.

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