25.9.08

En un hotel

La mente que tanto ve pero se queda sola es la mente que sabe, que casi siente, que no hay puentes en el mar que la salven de su isla sola, de su música bella pero sorda y repetida.

Es conciencia de que algo se pierde en su silencio estrepitoso. Que todo su ruido interno es piedra exterior, que todo su deseo es pérdida, que sus ojos ven, que no son vistos o que sus oídos se hicieron sordos, con el tiempo, más sordos aún cada vigilia sola, cada noche de hotel en su cielo sin estrellas, en el viaje sin tiempo de su vida.

Y siente, también, la herida conceptual del marginado, la huella infértil del sol que muere sobre los campos solos del camino, esos que nadie cuida, esos que no tienen fronteras.

Y le duele al alma el tictac de la esperanza, ese reloj intemporal anclado en su sien, que lo obliga a andar sonriente, que lo incita a creer que ya llegó, que ya está cerca, que ya roza su nave el puerto feliz, que ya avizora la casa que dejó, todavía humeante la sopa del descanso sobre la mesa y el mantel querido y el olor familiar y los ojos sencillos del cariño y la caricia tibia que no se acaba al despertar de esta vida que es sueño, de este sueño sin orillas, de este poema sin final.

Concepción, 25 de septiembre de 2008.

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