A mitad de camino está la huella que se queda, que marca como mueca sobre la cara del prado una herida que no duele, una brisa que acaricia la espiga junto al camino verde y junto al asfalto.
En esa tierra de nadie está la flor humilde, y está también el manto oloroso del sauce y sus ramas ajenas a toda ruidosa existencia de ciudad, a todo pensar agitado del viajero, a todo pesar enorme del campesino.
Y le acompaña el Sol inmortal de tantos años al abrigo del riachuelo y su canto cansado y su cadencia de ripios, de pececitos, de pieses de niños pescadores, de hojas enamoradas tendidas al arroyo.
Y le siguen el surco indefinido del sendero y
Concepción, 25 de septiembre de 2008.
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