Esa tensa calma, esa presencia que vaga, que adelanta la batalla. Ese escabullirse brevemente y cobijarse en un rincón. Ese ansiar la paz que nadie ofrece. Ese luchar insomne, hablando en el silencio hasta los codos, golpeando en la cabeza la esperanza.
Y mi casa es mi trinchera. ¿Cuánto más he de esperar el abrazo del mar, el susurro del viento y su caricia en mi frente? Pero la naturaleza me cobija en su verdor. Y esos parajes de cuentos me dan la fuerza para seguir. No puede ser vana tanta belleza. No puede ser imposible para mí la paz...
Santiago, 12 de julio de 2009.
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