Cuando nos hicimos grandes, cuando nos quedamos solos, cuando todas las vueltas de la vida, los viajes -con sus soles y penumbras- fueron parte de nuestra experiencia, nos fuimos dando cuenta de que crecer era morir en cierta forma, que avanzar era dejar algo a cada paso, que amar era elegir, que elegir era arriesgar, que el riesgo se iba haciendo la esencia de nuestras vidas.
Y ahí, parado en una vereda, sentados en la orilla de cualquier río, pateando las orillas solas de la arena una medianoche de verano, asumimos la pobreza de nuestro presente, la grandeza de nuestro esperar.
Y descubrimos, en la noche más negra junto al mar, que nada nunca nos pertenecería del todo, que nada podríamos llamar propio, que todo fue, es y sería siempre ajeno, porque nuestro corazón y nuestra mente, nuestro querer y nuestro ser eran de otro mundo, y nuestro idioma inasible, impropio, lejano y bello.
Desde entonces, como gota que se suma al final de la lluvia, como silueta encogida en el metal, nuestros pasos se alimentan del presente, nuestras horas son sólo nuestras horas, nuestros latidos son de la tierra, nuestros suspiros son del cielo.
Habitante eterno pasajero andante sin más testamento que estas letras, sin más testigos que su propia soledad.
Santiago, 1 de abril de 2009.
1.4.09
Pasando
Pubblicato da
Marcelo Venegas Maldonado
a
Wednesday, April 01, 2009
Etichette: Pasajero 23, El camino, Impresiones EL CAMINO
Subscribe to:
Post Comments (Atom)
No comments:
Post a Comment