A veces lo detenían las personas, otras veces las circunstancias. Pero era algo, dentro de su alma, que lo hacía elevarse cada vez, más allá de lo inmediato, rumbo a lo que le esperaba, más allá del mar.
Una mañana de diciembre, sin avisar a casi nadie, tomó el avión rumbo a Hong Kong. Allí lo esperaban dos meses de faena, para la que no guardaba experiencia. Su madre, la necesidad, lo llevó una vez más, a las esquinas del mundo.
La contaminación visual, el tráfico excesivo, el ruido del latir de la ciudad, lo cobijaron. Ese regazo informe, abusivo y extenuante, fue la excusa perfecta para el atrevimiento. Fue entonces cuando comenzó a aprender chino, cuanto soltó su inglés adormecido, casi inhibido, bajo las lenguas romances.
Así también, a la luz del cielo ya violeta, cada tarde de ese invierno boreal, cantaba en español, canciones de la infancia, para hablar con lo que le quedaba de ella, con su hermana gemela del alma, la música adorada y sin edad.
No comments:
Post a Comment